martes, 8 de diciembre de 2009

Amor, Magia y Matemáticas (III)


Conseguí un asiento en uno de los palcos y me dispuse a disfrutar de la música. Por desgracia me tocó compartir el palco con un grupo de estudiantes Erasmus españolas. Nunca he llegado a entender como un país tan bárbaro ha sido admitido en la Unión Europea, y mis dudas no hicieron más que aumentar durante la velada.


Las españolas son, en general, tan vulgares como las inglesas o las francesas, sólo que más lúbricas, y ruidosas. Obviamente aquellas individuas no estaban allí por la música, sino por un asunto mucho más mundano; al parecer tenían intenciones de fornicar con Hans Rudel-Strudel, el primer violinista de la orquesta, y descendiente directo de Hans Ulrich Rudel, héroe del ejercito nazi famoso por destruir al mando de su viejo Stuka más de 500 tanques soviéticos durante la II Guerra mundial, además de numerosos aviones, trenes y bunkers. Llegó incluso a hundir un acorazado de 27.000 toneladas repleto de comunistas.


Aquel descendiente del hombre que, sin duda, más soldados enemigos ha matado en la sangrienta historia de la humanidad, era la viva imagen del guerrero ario. Me temo que mis inoportunas compañeras de palco admiraron más sus bíceps y su corte de pelo que el despiadado virtuosismo que exhibió el frío héroe del violín.


Intenté concentrarme en la música que resultó satisfactoria sólo por momentos. Las altas expectativas despertadas por la rareza del repertorio sólo se vieron satisfechas en parte, con algunos instantes exquisitos, y la situación me exigió un gran despliegue de voluntad ya que mi mente insistía en lanzarse a nadar por océanos de melancolía o, en los escasos momentos que mi espíritu comenzaba a elevarse, las risitas excitadas de las españolas me arrancaban de mi estado de gracia para devolverme, iracundo, a la fangosa realidad


Cuando la música dejaba de ser suficiente me conformaba con el pecado venial de observar al público y entretenerme analizando estructuras óseas peculiares. Encontré en el patio de butacas réplicas bastante aproximadas de los cráneos de Schopenhauer, Nietzsche y Hitler, y en un palco vecino se sentaba la más increíble réplica de Nerva, el emperador romano. Realmente parecido al busto que se exhibe en los corredores de la galleria degli Uffizi, en Florencia.


De pronto la orquesta, tras una pausa, empezó a tocar un tema que capturó por completo mi atención. Tuve la sensación de estar escuchando algo completamente nuevo, que no se parecía a nada de lo oído hasta el momento. Mis ojos se quedaron paralizados, luego mi mirada empezó a desplazarse hacia la parte izquierda del campo visual, de manera automática, hasta posarse en un extraño palco, más pequeño que el resto, situado en la parte central del teatro.


El palco tenía espacio para una sola butaca, y sus cortinas estaban parcialmente echadas, como si estuviese desocupado, pero mis ojos acostumbrados a la penumbra pudieron vislumbrar a una joven que escuchaba el concierto con vehemente atención. Era Kara.


Me hizo mucha gracia verla allí, medio escondida en aquel extraño palco, como si se hubiese colado en el teatro sin pagar la entrada. Su aspecto inspiraba ciertamente, algo entre la risa y la compasión. Tenía el aspecto frágil e infantil de una muñeca de trapo. La muñeca de trapo que una niña hubiese olvidado en el teatro, y esperando a que su dueña volviese a buscarla hubiese cobrado vida por arte de la magia de la música.


Me pregunté quien sería, y me dediqué a espiarla un momento, hasta que pareció sentirse observada y me miró, digna y con cierta indignación. Yo sostuve su mirada divertido hasta que decidió ignorarme y seguir escuchando el concierto, pero llegó el descanso y abandoné mi palco en dirección al bar.


Por el corredor me encontré con Giuseppe. Mi viejo amigo Giuseppe, acompañado por alegres jóvenes italianas, como siempre. Sorprendido gratamente de encontrarme allí me invitó a unirme a su grupo y al finalizar el descanso continuamos escuchando el concierto en su palco, donde pude librarme al fin de las indeseables españolas, para sustituirlas por civilizadas italianas, que además eran guapas y olian muy bien


De nuevo me distraje y me puse a buscar a la muchacha-muñeca de trapo. Ahora me hallaba en la parte izquierda del teatro, y por algún motivo no conseguía encontrar el pequeño y extraño palco con las cortinas echadas. Ví mi palco anterior y a las españolas impertinentes, que seguían ignorando la música y murmurando entre ellas como idiotas. Una de ellas lucía un escote que parecía copiado de la película "Amadeus", aunque dado las limitaciones nutricionales dudo mucho la existencia de unos pechos similares en todo el siglo XVIII.


Me extrañaba en extremo no poder encontrar el misterioso palco de la muchacha-muñeca, y me pregunté qué motivo me lo impedía. Conté los pisos y los palcos, pero no hubo forma. Realmente me sentía culpable por no estar prestando más atención a la música y por eso abandoné la búsqueda una y otra vez, para retomarla de nuevo a continuación.


De pronto el mismo tema de la primera parte del concierto volvió a sonar, o al menos una variación que me lo recordó. De nuevo mi mirada se quedó fijada y empezó a desplazarse automáticamente a la derecha. Allí estaba el palco!


La muchacha seguía el concierto con la atención redoblada, en sus ojos me pareció captar el resplandor de una lágrima, lo que me emocionó… Justo en ese momento la muchacha italiana a mi izquierda notó mi distracción y me susurró al oído una burlona regañina. Mi oído izquierdo es especialmente sensible a los susurros femeninos, y la sorpresa unida a mi estado de abstracción me hizo sobresaltarme y sentir un espasmo de placer. Hacía tiempo que no sentía mi intimidad tan deliciosamente violada.


Sonreí a mi acompañante y volví la mirada al escenario. El concierto tardo poco en terminar y el público aplaudió con un entusiasmo poco sincero, en mi opinión. Nos dirigimos a los camerinos a felicitar a los artistas. Por las escaleras nos cruzamos con Hitler y Nerva… una nariz idéntica, exacta, la verdad.


El gentío se agolpaba en la entrada al patio de butacas, y arrastrado por la marea humana vi a lo lejos a la muchacha-muñeca, deslizándose discretamente hacia la salida. Sentí el impulso de acercarme a ella, pero Giuseppe me agarró del brazo y me condujo hacia el ambigú. Ella se giró un instante y nuestras miradas volvieron a encontrarse, pero enseguida se dio la vuelta y siguió su camino, sonriendo, creo yo.

Tras la obligada visita al camerino me vi reclutado a la fuerza en una juerga romántica

No hay sitio como Weimar para hacer algo tan deliciosamente pretencioso: encender antorchas para iluminar el camino hasta un claro del bosque, acompañado de sofisticados jóvenes que buscan embriagarse con la música y los espíritus hasta endemoniarse


Allí estábamos todos: Giuseppe, las italianas, Hans Rüdel-Strüdel, las españolas impertinentes y una nutrida trouppe de jovencitas dispuestas a enzarzarse con el guerrero del violín o con alguno de sus escuderos, si no quedaba más remedio


Los músicos y el resto de la compañía estaban muy alegres. Fluía el vino del Rhin como si fuese agua del río, y los músicos competían amistosamente tocando piezas clásicas y poco a poco se aventuraban con temas pop e incluso rock, que resultaba bizarro escuchar interpretados con instrumentos clásicos. Un pedante ebrio se levantó y empezó a declamar algunos versos de Ossian, consiguiendo inesperadamente un silencio respetuoso, pero luego el muy inepto se olvidó de los versos, trastabilló y brotaron las carcajadas, de modo que le fue imposible recobrar la atención de la audiencia


La exuberante española desparramaba su terrenal encanto a escasa distancia de Hans, compitiendo furiosamente con otras aspirantes no menos dotadas. Hans sonreía on desdén y parecía reservarse, ya que su violín descansaba en el estuche de terciopelo. Era nada menos que un Guarnerius de 1742, aquella antigüalla había pasado por las manos de Mozart, y su historia podría llenar más páginas que la de los Estados Unidos de América.


Hans me vió y me reconoció. Los dos habíamos coincidido muchos años antes, en alguno de esos sonrojantes concursos para niños prodigio, y a la tierna edad de 8 años resultamos ganadores ex – aqueo de la Competición Internacional de Violin de Hannover.


“Norbert! Rata de biblioteca! Veo que te has escapado de tu caverna para que te de un poco la luz, mírate! Estás pálido muchacho, y que delgado se te ve! Estás comiendo bien?”


Sin inmutarme adopté inmediatamente mi máscara festiva y repliqué:


“¡Hans! Estoy bien, gracias por preocuparte por mi salud, aunque no te molestes, ya tengo a una abuela de 82 años que se encarga de eso. Tu en cambio estás radiante, si tu carrera musical fracasa seguro que encontrarás trabajo en alguna empresa de mudanzas”


Hans se rió y se acercó a estrecharme la mano, con su garra de acero. Tuve que hacer un esfuerzo para no revelar el dolor causado por su apretón mortal, a la vez que me daba unas palmadas en la espalda que habrían tumbado al caballo de un Curaissier para luego dirigirse a los presentes y decir:


“Aquí donde lo veis, Norbert, con este aspecto de prisionero de Auswicht, es un músico potable. Si no le tuviese miedo a los focos podría haber echo una carrera bastante digna en la música ¿Sigues tocando el violín?


“Bueno, Hans, por supuesto que sigo tocando para relajarme, pero la mayoría de mi tiempo lo dedico a cosas menos frívolas... Tu en cambio te ganas la vida dignamente con esto ¿no? ¿Sigues viviendo con tus padres?”


“Jajajaja” Hans es uno de esos hombretones que se ríen constantemente por todo, con menos criterio que un saco de la risa Algunos dirían que es un imbécil, pero no es tan mal chico, para haber nacido en una familia de millonarios neo-nazis.


“Venga Norbert, deleitanos con algo de tu repertorio, o se te han oxidado los dedos con el polvo de tiza?”

Sacó el Guarnerius del estuche, y me lo tendió con elegancia. Todas las miradas se volvieron hacia mí, hombres y mujeres me miraban divertidos, sin duda esperando verme humillado por aquel Hércules, y me di cuenta de que no era posible retroceder ante la llamada de la selva. En especial, por alguna debilidad de mi carácter, sentía la necesidad de demostrale algo a la super-vixen española


Sonreí y le dije a Hans, “Está bien, muchacho, pero no quiero humillarte y privarte innecesariamente de cierta gloria, así que toca tu primero”


Hans se colocó el violín en el hombro y sonriendo a los presentes atacó el Caprice No. 24 de Paganini. Las piezas de Paganini son en general, la pesadilla de los estudiantes de violín, y el Caprice No. 24 es quizá una de las que más obstáculos técnicos presenta. Hans los sorteó como un atleta, era portentoso ver sus dedos moverse y resolver pizzicatos, escalas y arpeggios. Ejecutó una interpretación obscenamente perfecta, pero, con honestidad, no logró conmoverme.


Cuando terminó todos aplaudieron con ganas, aunque creo que más excitados por la competición que por la música. Recogí el violín de sus manos y la verdad es que estaba nervioso, y por poco se me cae, lo que fue recibido por los presentes con alborozo


Decidí no inmutarme y me tomé mi tiempo para familiarizarme con el prodigio de la artesanía que tenía en mis manos. Confieso que llevaba tiempo sin tocar, y más aún con un instrumento de tal calibre. Sentí la suave madera centenaria junto a mi mejilla. Acaricie las cuerdas notando su tacto y su pausada vibración tan deliciosa como una promesa de amor verdadero.


La audiencia se impacientaba y me azuzaba con vituperios chistosos, pero yo no hice caso, y esperé a que se callasen antes de empezar a tocar.


A riesgo de ser obvio interpreté mi pieza favorita: el Clair de Lune, de Debussy. No es una pieza que de lo mejor de si misma en un sólo de violin, pero que el demonio me lleve si no es adecuada para que la interprete un pobre matemático loco borracho de desamor.


Las notas pasaba del violín a mi cuerpo, vibrando al unísono con cada una de mis fibras nerviosas. Mis dedos estaban allí, trabajando duramente, pero yo no los sentía, la música brotaba de algún lugar oscuro en mi memoria y pasaba al instrumento como por cables de oro, y de ahí a la noche


Cuando terminé se hizo el silencio, el escalofrío del fracaso, pero antes de poder recobrar la calma vi que había lágrimas en algunos ojos, en especial los de la española, que ganó puntos instantáneamente en mi estima. Hasta el frío Hans parecía perturbado. Todos rompieron a aplaudir. Tres o cuatro jovencitas se abalanzaron sobre mi para comerme a besos. El corazón había vencido al músculo una vez más. Meses después me enteré de la inclusión del Clair de Lune en cierto blockbuster Hollywoodiense para adolescentes, pero me resisto a admitir que tuvo algo que ver con mi triunfo.


El resto de la noche fue confuso como un torbellino. Rodaron las copas y los cuerpos. La española me sonrió desde una esquina y no hizo falta más, me acerqué a ella y empezamos a bailar al son de Johnny be Good, que varios locos tocaban y cantaban como posesos.


La española bebía cerveza y sostenía dos botellas a la vez, una en cada mano. Con mis rudimentarios conocimientos del cervantino lenguaje le hice notar que aquello no estaba bien: “los médicos recomiendan beberlas de una en una ¿Sabes?” Ella se rió y me indicó que una de las botellas se la estaba guardando a su amiga, muy ocupada con un fornido percusionista. “Lo malo es que si te caes bailando, bastante probable en tu estado, puedes hacerte daño”. Sonrió maliciosamente y se colocó una de las botellas entre los pechos, una solución bastante práctica, aunque no muy recomendable para conservar la cerveza fresca. La hice inclinarse hacia delante, y, arrodillándome, bebí el líquido que manaba de la botella entre sus pechos


Este acto despertó algún apetito primitivo en ella, y creo que le pareció justo que yo la correspondiese dándole de beber de un modo similar. Me cogió de la mano y me arrastró a la oscuridad del bosque, donde se desabrochó los botones de la blusa y casi con violencia apretó mis manos contra sus fuertes tetas ibéricas.


La verdad es que hay mucho que decir a favor de una mujer con unos pechos grandes y hermosos. La felicidad que da tocarlos no tiene par. Gracias a esto me fue fácil satisfacer a la ansiosa y sedienta española en poco tiempo, abrazados contra un hermoso ejemplar de Querqus robur. No pude evitar fijarme en una curiosa variedad de liquen que crecía en el tronco, y me prometí volver al dia siguiente para observarlo y tomar una muestra para mi colección


Devolví a la española al claro sin llegar a preguntarle su nombre. Una deliciosa y mágica melancolía me invadía inexorable, pero era una melancolía buena. Aprobechando la confusión reinante, robé el violín de Hans y me fui sólo a tocar al bosque. Vagué por senderos oscuros en la hora de las brujas y las hadas. Encontré el lugar idoneo en un pequeño recodo donde el arrollo formaba una catarata casi perfecta que no llegaba a perturbar la superficie del estanque poblado de nenúfares.


Estuve tocando durante un tiempo que me sería imposible precisar, presa de un trance embriagador. Cuando el frío previo al amanecer me devolvió a la realidad la vi, observándome risueña agazapada entre los árboles. Era Kara. La miré y balbucí alguna palabra, pero ella se escabulló sutilmente y desapareció en el bosque


Caminé feliz de regreso a mi hospedaje antes que despuntase la mañana. La compañía de juerguistas se había disuelto pero aún se escuchaban risas y murmullos apagados aquí y allá entre la espesura. Pasé junto a la estatua de Shakespeare cercana a la casa de campo de Goethe, y me pareció apropiado confiarle el violín de Hans. Allí se quedó, junto a la efigie del Bardo

domingo, 25 de octubre de 2009

Amor, Magia y Matemáticas (II)

El amor es una guerra y ningún cobarde ha ganado jamás una batalla. y hace falta valor para vencer, pero más aún para sobrevivir a la derrota

Ser derrotado en el amor y emprender la retirada es el más melancólico de los viajes. Muchos se resisten a partir y, por desidia u obstinación, o fascinados por algún sublime resplandor, dejan que sus cuerpos sean aplastados por la implacable rueda de la vida, y sus almas quedan atrapadas en el espacio y el tiempo, malditas como fantasmas

La condición humana es errante. Desde su más remota existencia, el hombre ha recorrido el mundo en busca de su sustento. La invención de la agricultura, base de nuestra civilización, nos ha proporcionado una ilusoria estabilidad material. Pero el espíritu del hombre aún vaga por valles, montañas y páramos sin fin, y ¡pobre de aquel que no pueda sostener la marcha!

Yo, Norbert M. Thoureau, fui derrotado una vez más, y obligado a huir en busca de mí mismo

Preparé un pequeño equipaje y emprendí el viaje en coche. Al llegar a una bifurcación arrojé al aire una moneda y dejé que el azar decidiese qué camino seguir

La fortuna me llevó a atravesar el Naturpark Häan Munden, para luego dar la vuelta en dirección a Witzenhausen, donde me detuve para visitar su complejo de invernaderos dedicados a plantas tropicales. Continué en dirección al Hainich Nationalpark, conduciendo mi coche entre los serenos bosques que pueblan el centro de Alemania

Me desvié ligeramente para ver el castillo de Wartburg - Lugar histórico en que se inspiró Wagner para albergar el concurso musical narrado en Tannhäuser - y en su "Halle der Minstrels" (Salón de los Juglares) tuve ocasión de reflexionar sobre el paralelismo entre mis propia existencia y la de un juglar perpetuamente errante, sin hogar, ni familia, ni fortuna

Mi errático camino continuaba de alguna forma en paralelo a la E40 que conduce a Erfurt y Jena hasta que en un cruce cercano a Rudosltadt la moneda pretendió enviarme al sur, atravesando más bosques y yo, resintiéndome a su dictamen volví a lanzarla, hasta tres veces, porque quería ir hacia el norte. Quería ir a Weimar

La moneda se obstinó en no darme su aprobación, y al cuarto lanzamiento se escurrió entre mis dedos, salió por la ventanilla de mi Volskwagen, y en un limpido vuelo de saltamontes plateado se perdió entre la maleza al borde de la carretera

Decidí hacer mi voluntad y conduje mi coche hasta Weimar. Podría haber interpretado este hecho como un augurio, y si fuese supersticioso hoy mismo estaría rastreando el borde de aquella carretera comarcal con un detector de metales. Porque esa moneda intentó alejarme de Weimar y tenía sus motivos para hacerlo

No obstante, aquella noche, mi llegada a la pequeña Arcadia de Goethe, no pudo parecerme más oportuna, puesto que en el Teatro se ofrecía una soirée con piezas instrumentales y cantadas extraídas de las óperas inconclusas que Debussy escribió inspirandose en la obra de Allan Poe, interpretadas por alumnos de la Hochschule für Musik Franz Liszt Weimar

Dada mi admiración por ambos genios, y la rareza del evento programado bendije mi suerte

La noche era suave y dulce. Selectos representantes de la intelligentsia europea y occidental empezaron a congregarse. Antes de conocerla, yo sabía que mi pequeña Kara estaba allí

DIOS (El dios de Espinoza) la creó, y la hizo nacer en el momento justo para que yo la encontrase allí aquella noche, en el Deutsches Nationaltheater Weimar

(Continuará)

martes, 6 de octubre de 2009

Amor, Magia y Matemáticas (Relato de Ficción) - Primera parte

El amor es magia, y la magia es ciencia, una ciencia que no logramos entender

Invirtiendo el silogismo: entender la ciencia del amor elimina la magia, y yo Norbert M. Thouerau, profesor de Cálculo Avanzado de la Universidad de Gotinga, a punto de ser nombrado Catedrático a los 32 años, soy presa del más poderoso hechizo, y me veo sometido a intolerables molestias por esta causa, desde que viví con Kara B. Rosenthal, becaria de la Biblioteca de la Duquesa Anna Amalia, en Weimar, la historia que voy a relatar

Las Matemáticas y el Amor son mis intereses capitales. También me apasionan la Bilogía, la Literatura, La Historia, La Economía, La Antropología e incluso el Arte

Algún neófito dirá que estos campos son inconexos y pondrá en duda mi seriedad y mi rigor científico, pero las Matemáticas son la raíz de todo, si bien su penetración es más lenta en algunos terrenos, del mismo modo que nos resulta más fácil intuir los fríos y geométricos átomos en el carbono de un diamante que en el aroma de una Rafflesia Arnoldii de Borneo

Pese a que tanto mi físico como mi psique distan mucho del estereotipo clásico del Don Juan, mi apasionado interés me ha permitido lograr algunas conquistas dignas de mención. No obstante quizá "conquistas" no sea el vocablo adecuado. Me considero más bien un explorador, y si por mérito o azar he logrado "conquistar" algunos corazones, no he tenido a bien conservar mi poder sobre dichos reinos, y he abdicado presto de mi reinado en busca de nuevos continentes ignotos

Las más de las veces, lejos de "conquistar" he sido vencido, y obligado a huir, retrocediendo sobre el terreno ganado, o hacia delante, abandonando estandartes y sacrificando orgullosos corceles para terminar arrastrándome, con las fuerzas perdidas, a esconderme en algún oscuro cuartel de invierno donde lamer mis heridas y aprender de los errores cometidos, si algo cabía aprender

Es en estos momentos siniestros cuando el voraz demonio de Las Matemáticas despierta en mi, y en su afán por extender sus persistentes tentáculos descifra las claves ocultas para el ojo ciego del ignorante o el sentimental

En estos mis años de juventud he analizado y creo haber descifrado las claves del amor y reducido estas claves a componentes elementales referidos a las características de los individuos involucrados, sus circunstancias y sus actos o conductas, y he elaborado un sistema de operadores, que permiten establecer las relaciones lógicas entre unos y otros, del mismo modo que las operaciones aritméticas básicas, como sumar, multiplicar y dividir nos permiten realizar cálculos numéricos

A modo de ejemplo permítaseme citar a mis propias amantes, dado que ellas han sido los sujetos de mi estudio, y citaré mi liaison con la dulce Melanie, primera violinista de la Orchestre Philarmonique de Strassbourg, la más delicada flor nacida en el imperio francés, descendiente de aristócratas desposeídos Andrianne, originarios del Madagascar

Conocí a M. en una fiesta en el Kensington Roof Gardens, de Londres. Una amiga me desafió a seducir a la mujer más bella y elegante del lugar, y ambos convenimos que M. sería la presa propicia. Siendo M. de nacionalidad y educación francesa la invité a cenar en el Babylon y después de la cena la acompañé a su apartamento en Lancaster Gate, cruzando Hyde Park, para lo cual tuvimos que saltar la cerca. Luego la besé junto al estanque de los cisnes

M. había roto recientemente con su novio Italiano, ejecutivo de un importante banco y compulsivamente infiel. M. es la amante más consumada técnicamente a la par que voluntariosa que he conocido. También es una mujer de portentosa inteligencia que habla seis lenguas a la perfección, pero no domina el Alemán, y sus esfuerzos en comunicarse conmigo en mi propio idioma le hacían parecer algo estúpida a mis ojos

Como dice el Conde Drácula en la novela de Bram Stoker, incluso el vestigio del más mínimo acento en el interlocutor permite al hablante nativo sentir condescendencia

M. me fue fiel en el tiempo que duró nuestro breve idilio, y siendo una mujer en extremo sensata, no sucumbía a excesos melodramáticos. Nuestra relación fue atemperándose hasta degenerar en una cálida amistad

Por otro lado Seeta Patel, bailarina de Barat Natyam y profesora de Anatomía de la University of Nothingahm, fue un caso muy distinto. Coincidimos en un club de Malta, y yo, abrumado por sus cautivadores rasgos exóticos me hice pasar por camarero para colarme en la zona VIP donde bailaba ociosa con otros de su compañía de danza, de gira por Europa

Tras bromear un rato le confesé mi interés en bailar con ella, y le dije que estaba dispuesto a despedirme de mi trabajo para ello. Me despojé de mi uniforme de camarero y bailé con el torso desnudo junto a S., que reía asombrada de mi locura

S. era tan capaz de conducir a un hombre a la demencia con la sensualidad de sus movimientos femeninos como de diseccionar el cadáver de un vagabundo sin nombre para mostrar la disposición de los órganos a los estudiantes de primero de medicina

Como toda diva, tenía un concepto muy elevado de si misma y su sexualidad. El tatuaje en sánscrito en su coxis rezaba secretos eróticos que nunca quiso desvelarme

En poco tiempo me sometió a la adicción y la locura. Violentos episodios de celos me condujeron a una espiral de autodestrucción de la que tardé dos años en reponerme por completo, si es que realmente puedo decir que me he recuperado

Carleen, en cambio, me permitió experimentar el polo opuesto. Esta belleza sureña era la jefa de animadoras del los Longhorns de Austin, Texas, equipo de la Liga Universitaria de Fútbol Americano

La conocí en un bohemio hostel de Turingia mientras viajaba con una amiga recabando testimonios para su tesis pre-doctoral sobre las vidas de refugiados judíos en la Alemania post-nazi

Pese a sus dieciocho años recién cumplidos, su piercing en la lengua y sus espectaculares pechos operados (según me confesó traidora su amiga en la primera ocasión que tuvo), podía mantener una conversación erudita sobre el sistema económico nacional-socialista citando a Toynbee y otras autoridades en la materia

Mis canallas comentarios críticos sobre la sociedad americana de la era Bush cautivaron su atención hasta conducirla a mi litera esa misma noche, donde puse en práctica algunos de los trucos aprendidos en mi azarosa educación sentimental. En aquella habitación de hostel que compartíamos con otros diez o doce viajeros de orígenes variopintos me vi obligado a amordazarla con un par de calcetines para evitar un escándalo de proporciones mayores

Por extraño que parezca, C. abandonó a su novio quarterback, a sus amantes delanteros, medios y defensas, y me persiguió por el Viejo Continente en un tour de atléticos coitos que yo permití al principio con sorprendido orgullo y luego con hastío, hasta el desdén

Finalmente tuve que pedir una orden de alejamiento y cambiar mi domicilio, dirección de correo electrónico y página del Facebook, para darle esquinazo, abrumado por su perseverancia y sus ridículas amenazas de suicidio

Bien, todos estos eventos relatados, todas las características de los individuos implicados y las acciones llevadas a cabo pueden ser codificados con símbolos y cuantificadores, ubicados en una ecuación más o menos compleja, que reduce a pura lógica cartesiana el caos aparente, por ejemplo...

...expresa mi tormentosa relación con C., desde lo fortuito de nuestro encuentro, la presencia obstaculizante de su amiga, su juventud y convicciones, mis propias condiciones físicas y creencias, o las circunstancias sórdidas de nuestro primer encuentro

Un cálculo sencillo nos conduce a el resultado final ocurrido en la realidad, siempre y cuando introduzcamos las variables tipificadas extraidas de tablas cuya elaboración y afinamiento es el reto más complejo de todo el sistema

Básicamente: un cálculo similar a este nos permite desentrañar el caos y la engañosa "magia" del amor, reduciendolo a orden

Todas las circunstancias del amor, y todas las características de los participantes en el juego son, por supuesto, fácilmente reductibles a componentes fundamentales, y lo han sido ya por talentos superiores al mio en la historia de La Filosofía y La Literatura, desde los clásicos greco-románicos hasta Tolstoi y Flaubert, pasando por Shakespeare. Yo me he limitado a codificar estas variables matemáticamente

No obstante, pese a considerar este campo un terreno acotado, donde no es posible inventar situaciones realmente nuevas, que no sean una mera re-combinación de ingredientes ya conocidos, debo admitir con pesadumbre que me hallo perdido cuando trato de analizar y someter a la lógica la historia que motiva este escrito

Tras este largo pero necesario preámbulo, procedo al relato

(Continuará)

martes, 1 de septiembre de 2009

Agentes del Caos (Cuaderno de Viaje)

Estoy en el Jardín de los Ingleses en Munich

Un cuervo se pasea con aire petulante. Es sorprendente cuantos hay aquí, conviviendo en aparente armonía con palomas y gorriones (Los cuales, eso si, mantienen una distancia prudencial)

No puedo evitar pensar, al ver la arrogancia del cuervo, en la siniestra figura de un oficial nazi con su uniforme

Hitler provocó una guerra en la que murieron cincuenta millones de personas. Esa guerra nos trajo, indirectamente, inventos como los ordenadores, los teléfonos móviles, la energía nuclear, y los aviones a reacción, inventos que han cambiado nuestras vidas

Es curioso ver cómo el mundo cambia a partir del caos

El caos parece dominar sobre el orden, que no es más que un estado transitorio de la materia, como camino hacia un caos mayor. Así lo dicta el principio de Entropía

La vida es orden nacido del caos. Surgida de las profundidades de los mares hace miles de millones de años su aparición resulta tan aparentemente absurda como improbable

Tomando el símil utilizado por un científico hace años, la aparición de la vida es una casualidad tan sorprendente como sería el que, tras producirse un terremoto en un desguace, las piezas allí abandonadas se acoplasen entre sí para formar un avión de pasajeros

¿Cómo ha sido posible la vida, entonces? ¿Cómo han sido posibles seres cada vez más complejos, capaces incluso de sentir, y que pretenden incluso entender el universo en el que viven y las leyes de la naturaleza que les creó?

Una posible explicación la encontramos abriendo un libro de historia o leyendo un periódico: Los seres vivos, y los humanos más que ningún otro, somos una mera herramienta de la naturaleza para crear más caos,

Agentes del caos que incrementan el desorden con su ilusoria persecución del orden

viernes, 28 de agosto de 2009

L´Antica Torre

Como de costumbre, me he adelantado a los acontecimientos, y ahora debo volver atrás, porque quiero hablar de Italia

Bérgamo fue sólo un lugar de paso, uno de esos puntos rojos que aparecían en el mapa cuando Indiana Jones viajaba por el mundo en hidroavión, zeppelín o agarrado al periscopio de un U-Boat. Tan pronto llegué me subí a un tren en dirección a Verona, pero hice una escala de dos horas en Brescia

Brescia fue fundada por Hércules, o por un fugitivo de la arrasada Troya, según la leyenda que queramos creer. Me lancé a sus calles, buscando algún vestigio de ambos mitos, pero no los hallé. Encontré, eso si, el omnipresente encanto de Italia en cuanto caminé un par de manzanas

Una pequeña iglesia. Un enorme agujero abierto entre edificios monumentales, en cuyo fondo una excavadora permanecía atrapada sin remedio (como si hubiese excavado impulsivamente sin pensar en cómo salir luego). Una plaza renacentista con un antiguo y hermoso reloj. La piazza Duomo, con su catedral nueva y su catedral antigua, en cuyo interior me llamó la atención una placa que reza:

"Por esta escalera se ascendía a la antigua torre, arruinada en el 1708"

Todo esto me pareció tán sorprendentemente poético, que tomé consciencia de que mi alma se despertaba del letargo ocasionado por la vida rutinaria

Apuré el paso hacia la estación. Desde una antigua puerta un león de hierro asomaba la cabeza y como un orgulloso mayordomo parecía darme la bienvenida

martes, 25 de agosto de 2009

Promesa a los Alpes (Cuaderno de viaje)

Cruzar los Alpes tenía un atractivo especial para mi. No se trataba, desde luego, de una simple cuestión de ir del punto A al punto B

Los Alpes son la espina dorsal de Europa, y al igual que la espina dorsal aloja el sistema nervioso de un vertebrado, estas poderosas montañas esconden, bajo millones de toneladas de roca, el alma del Viejo Continente

Avanzo en tren por valles que se estrechan, subiendo siempre, y me siento como un humilde pajarillo que recorriese asombrado la espalda de un brontosaurio en busca de alimento. Pero ¿Qué alimento busco yo? La iluminación

Schopenhauer dijo que existen seis clases de experiencia de lo sublime para el ser humano. La sexta y más elevada es la contemplación de las fuerzas vivas de la naturaleza, fuerzas que pueden destruir al ser que las contempla como un gigante aplasta un insecto o una brizna de hierba sin percatarse

Goethe escribió, al parecer, que la verdadera soledad sólo la experimentó cuando ascendió a una montaña y llegando a su cima, tomó consciencia de que estaba sólo y además nadie sabía que estaba allí

Orgullosas montañas de los Alpes, hoy me deslizo humilde entre vosotras, como un visitante que, de paso por la ciudad, no osa llamar a la puerta de un viejo conocido por no importunarle con su presencia. Pero prometo que volveré y ascenderé a la mas alta de vuestras cumbres y me daréis a conocer vuestro secreto

sábado, 22 de agosto de 2009

Por tierra, agua y aire

Así que me fui, a Berlin

Primero planee pasar allí todo el verano, luego dos meses, uno, dos semanas...

Finalmente decidí pasar una semana en Berlin, y el resto de mi viaje cruzar Europa a la manera de Goethe y los románticos, sólo que al revés. Tomé un vuelo a Bérgamo y crucé los Alpes de Sur a Norte (Bueno, Goethe los cruzó de Norte a Sur, pero luego volvió ¿No?)

Preparé un equipaje ligero, teniendo en cuenta que mi ruta implicaría:

3000 km en avion
600 km en tren
50 km en barco
1200 km en coche
Caminando... innumerables millas

Así que me llevé unos vaqueros de repuesto, dos o tres camisetas, una sudadera y una chaqueta de punto para afrontar las imprevisibles noches centroeuropeas

Apenas me quedó sitio para los inevitables libros. Habría llevado el "Viaje a Italia" de Goethe, que oportunamente hurté de la bien provista biblioteca de mi padre, pero se había esfumado misteriosamente y no logré encontrarlo, así que tuve que conformarme con la "Visión Goethiana del Mundo" de R. Steiner, cuya ardua lectura llevaba tiempo aplazando

Tras una rápida incursión doméstica en la bibliómana mansión de Apodaca me apoderé de "La muerte de Ivan Illich" de Tolstoi y de una selección (mediocremente traducida pero todavía sublime) de poemas de Byron

No debería haberme faltado algo de mi héroe actual B. Chatwin, pero ya había devorado las dos obras suyas que poseo. Puestos a molar podría haber llenado el fondo de mi mochila con cuadernos Moleskine, pero al precio que se cotizan suponen un lujo equiparable al caviar Iraní, así que tuve que conformarme con una humilde libreta tamaño cuartilla de tapas duras comprada en un bazar chino

Como primer episodio de mi viaje y buena introducción a lo que me esperaba, pasé la noche en vela hasta las cuatro de la madrugada, y luego caminé los tres kilómetros hasta la parada de buses de la Av. de América, para coger el primer bus de la mañana que me llevaría al aeropuerto a tiempo de embarcar en mi madrugador vuelo

La calles desiertas del barrio romántico de Madrid son tranquilas de noche, casi impersonales de tan inocuas, pero yo podía saborear la dulce aventura en el aire. Me esperaban 48 largas horas sin apenas pegar ojo, recorriendo Brescia, Verona, el Lago di Garda, y cruzando los Alpes por el Brenner Pass hasta Innsbruck antes de llegar a Munich