sábado, 22 de agosto de 2009

Por tierra, agua y aire

Así que me fui, a Berlin

Primero planee pasar allí todo el verano, luego dos meses, uno, dos semanas...

Finalmente decidí pasar una semana en Berlin, y el resto de mi viaje cruzar Europa a la manera de Goethe y los románticos, sólo que al revés. Tomé un vuelo a Bérgamo y crucé los Alpes de Sur a Norte (Bueno, Goethe los cruzó de Norte a Sur, pero luego volvió ¿No?)

Preparé un equipaje ligero, teniendo en cuenta que mi ruta implicaría:

3000 km en avion
600 km en tren
50 km en barco
1200 km en coche
Caminando... innumerables millas

Así que me llevé unos vaqueros de repuesto, dos o tres camisetas, una sudadera y una chaqueta de punto para afrontar las imprevisibles noches centroeuropeas

Apenas me quedó sitio para los inevitables libros. Habría llevado el "Viaje a Italia" de Goethe, que oportunamente hurté de la bien provista biblioteca de mi padre, pero se había esfumado misteriosamente y no logré encontrarlo, así que tuve que conformarme con la "Visión Goethiana del Mundo" de R. Steiner, cuya ardua lectura llevaba tiempo aplazando

Tras una rápida incursión doméstica en la bibliómana mansión de Apodaca me apoderé de "La muerte de Ivan Illich" de Tolstoi y de una selección (mediocremente traducida pero todavía sublime) de poemas de Byron

No debería haberme faltado algo de mi héroe actual B. Chatwin, pero ya había devorado las dos obras suyas que poseo. Puestos a molar podría haber llenado el fondo de mi mochila con cuadernos Moleskine, pero al precio que se cotizan suponen un lujo equiparable al caviar Iraní, así que tuve que conformarme con una humilde libreta tamaño cuartilla de tapas duras comprada en un bazar chino

Como primer episodio de mi viaje y buena introducción a lo que me esperaba, pasé la noche en vela hasta las cuatro de la madrugada, y luego caminé los tres kilómetros hasta la parada de buses de la Av. de América, para coger el primer bus de la mañana que me llevaría al aeropuerto a tiempo de embarcar en mi madrugador vuelo

La calles desiertas del barrio romántico de Madrid son tranquilas de noche, casi impersonales de tan inocuas, pero yo podía saborear la dulce aventura en el aire. Me esperaban 48 largas horas sin apenas pegar ojo, recorriendo Brescia, Verona, el Lago di Garda, y cruzando los Alpes por el Brenner Pass hasta Innsbruck antes de llegar a Munich

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